Pedaleando en bicicleta eléctrica por el Cap de Creus, entre el mar y la tramuntana
Explorar el Cap de Creus en bicicleta -el extremo más oriental de la Península ibérica y que recibe el primer sol del año- es dejarse envolver por la esencia más salvaje y abrupta del Mediterráneo.
Aquí, donde los Pirineos se sumergen en el mar formando acantilados, calas escondidas y formaciones rocosas de otro planeta, pedalear se convierte en una experiencia sensorial total: el olor del romero, la sal en los labios, el rumor constante del viento...
Con ese espíritu partimos en busca de una ruta circular, asequible, de dificultad media, que pudiera hacerse en un solo día, sin tener que recargar la batería y sin prisas.
Una travesía pensada para cualquier persona con ganas de descubrir este paisaje único desde el sillín de una bicicleta eléctrica, conectando tres pueblos emblemáticos -Roses, Cadaqués y Port de la Selva- a través de pistas de tierra, algunos tramos asfaltados tranquilos y un sendero con más dificultad.

Salimos de del paseo marítimo de Roses al alba con la luz dorada que acaricia el perfil del Cap de Creus, con la Rieju MRT zumbando en silencio y lista para devorar kilómetros y desniveles sin sudar más de la cuenta.
Pero antes de arrancar, nos gusta recordar que este territorio de la comarca del Alt Empordà, declarado Parc Natural en 1998, es un tesoro geológico y cultural: sus rocas graníticas milenarias fueron esculpidas por vientos huracanados -la famosa Tramuntana- y siglos de erosión, dando lugar a formas casi oníricas que inspiraron a artistas como Salvador Dalí, quien halló en Cadaqués su refugio creativo.
En el kilómetro 2, pasamos junto al Menhir del mas Marès, un monolito solitario que nos habla de asentamientos prehistóricos en la Costa Brava.
Detenemos la bici un instante y pensamos en el contraste entre esa piedra centenaria y la sencillez moderna de la nuestra e‑bike.
Volvemos a pedalear y, poco después, alcanzamos el Mirador de la Falconera (5,1 km). Allí, sopesa uno la importancia histórica del golfo de Roses: en la Antigüedad fue puerto de griegos y romanos, y aún hoy las ruinas sumergidas de Empúries recuerdan aquel ajetreo milenario junto al Mediterráneo.

Sin dejar el asfalto bajamos hasta la Cala Montjoi, allí donde Ferran Adrià encumbró la cocina del Bulli a la excelencia. Ahora, el que fuera primer restaurante del mundo se ha reconvertido en museo "Bulli1846", con el objetivo de preservar el legado, fomentar la innovación y ofrecer contenidos para la formación y el autoaprendizaje en gastronomía.

La ascensión al Coll del Canadell (10,4 km) pasando al lado de Cala Jóncols tensa piernas —aunque la asistencia eléctrica atenúa el esfuerzo— y nos regala un tramo por sendero de tierra roja y retama.
Mientras subimos y dejamos atrás el término municipal de Roses, pienso en cómo, durante la Guerra Civil, las montañas del Cap de Creus sirvieron de cobijo a maquis y resistentes. Cada curva guarda secretos de quienes buscaron refugio entre pinos y matorrales.

Dejamos atrás el bosque bajo y, tras coronar, contemplo la silueta de Puig d’en Manyana (16,0 km): un promontorio que, dicen, al atardecer se tiñe de rosa, igual que los tonos que Dalí pintó en sus lienzos. Me lo apunto para otra escapada fotográfica.
Bajamos hacia el Mas d’En Baltre (18,0 km) y, sin darnos cuenta, encaramos la vertiginosa pista de acceso a Cadaqués (24,0 km).

Gracias al perfil suave y al trazado mayoritariamente por pista, el descenso resulta cómodo y divertido, con un terreno firme que mantienen el ritmo.

Al llegar al coqueto pueblo, me dejo envolver por sus blancas casas escalonadas y callejuelas laberínticas.
Cadaqués, antaño alejada por caminos imposibles, hoy mantiene su esencia de villa marinera y sigue contándolo todo: desde leyendas de corsarios hasta la huella de Gala y Dalí.
A las 11:30 llegamos a la casa-museo de Portlligat para recargar un poco las baterías -las nuestras, porque a las Rieju todavía les queda cuerda para rato- con un par de tostadas de tomate y un café cortado.

El murmullo de las olas llega hasta la terraza, y pienso que no hay mejor energía para continuar.
Nos incorporamos y salimos en dirección a Mas Duran, dejando la pista principal para adentrarme en el antiguo Camí de les Mines, donde, en el siglo XIX, se extraía hierro para forjar herramientas y máquinas.
El sendero atraviesa pinos y carrascas, y desemboca en Sopletes (32,3 km). Allí, la tramuntana nos salpica el rostro mientras el sendero se convierte en roca calcárea lisa, casi anfibia.
El tramo de bajada hasta el Port de la Selva (39,3 km) es puro disfrute, casi sin escuchar el zumbido eléctrico de las e-bike y, en apenas veinte minutos, nos plantamos junto al puerto.

A la una del mediodía, nos tomamos un tentempié y una cerveza fría en el chiringuito de la Platja Gran.
Con la batería de la bici por debajo de la mitad -y teniendo en cuenta que solo hemos utilizado el modo eco y el tour (los dos que ofrecen menos asistencia eléctrica), afrontamos la parte más exigente: la subida al Coll de Sant Genís (48,1 km).

Aunque supera el 12 % de pendiente en algún tramo, la Rieju no flaquea; al contrario, nos permite dosificar el esfuerzo y disfrutar del paisaje: al fondo, el Puig de l’Àliga, y más allá, la costa escarpada recortada contra un cielo intensamente azul.
Pienso en cómo, siglos atrás, los vigías de la costa encendían hogueras en estos picos para avisar de posibles invasiones.

Tras el collado, la bajada por un sendero -el más técnico del recorrido- que resulta un juego de ritmos, inclinaciones y piedra suelta.
Dejo que la inercia me lleve hasta Mas Coll (51,5 km) y, ya por carretera, regreso a Roses.
El perfil suave y el tráfico escaso a pesar de estar en pleno julio hacen de este tramo final la despedida perfecta de una jornada redonda, asequible y llena de sorpresas.
Al estacionar la e‑bike y desconectar el motor, siento el pulso acelerado y la satisfacción de haber surcado cada rincón del Cap de Creus sin rendirnos ni un ápice.
Cincuenta y dos kilómetros de historia viva —desde menhires y minas hasta artistas y pescadores— que, gracias a la Rieju MRT y a un trazado pensado para todos, se convierten en pura aventura accesible en un solo día.
Me quito el casco y miro el azul infinito. Saber que mañana podríamos repetirla desde Cadaqués o Port de la Selva da igual, porque lo importante no es dónde empiezas, sino dónde terminas.
Este paraíso de viento y piedra tiene banda sonora eléctrica, y nosotros ya somos parte de ella.
Antes de salir:
- En verano, informarse de posibles restricciones. Estamos en un parque natural y si el riesgo de incendio es alto se cierra totalmente.
- Hay restricciones de circulación para vehículos motorizados, pero no afectan a peatones ni a bicicletas.
- Llevar agua, porque no hay ninguna fuente, aunque en los pueblos que atravesamos podemos abastecernos.
- Protección solar: Muy importante, porque en toda la ruta apenas hay tramos de sombra.
- Respetar la normativa del Parc Natural del Cap de Creus.
Más información y mapa del Cap de Creus aquí.
*Todas las fotos son propiedad de Lugares de Aventura